A la sombra del dragón Arehuc ―segunda entrega―
Recorriendo el «Mapa búico» de Arucas de Fernando Ramírez
Reproducimos la segunda de las tres entregas que publicó Miguel Ángel Martínez Perera en la revista La Cantonera (números 19, 20 y 21, TEPEMARQUIA Ediciones, 2016~2018) sobre Mapa búico de Arucas, novela corta publicada en el libro póstumo Piedras ceniza.
Miguel Ángel Martínez, profesor y dramaturgo residente en Las Palmas de Gran Canaria, conoció a Fernando Ramírez cuando este era jurado del Premio de Poesía Pedro Marcelino Quintana y él ganador del mismo.
Estamos en el punto en que el joven aruquense protagonista del Mapa búico de Arucas, Marcelino, se ha trasladado a Tenerife, para aligerarse del peso de su pasado, estudiar magisterio, conocer otra isla y, después de relatarle una leyenda amorosa en donde Eros realiza una incursión a Tamarán, encontrar el amor en Iballa. En el episodio “Navidad de 1980”, ahora es la chica la que se desplaza a Tamarán para conocer a la familia de su novio. La primera impresión que Ramírez pone en la retina de la muchacha es una bellísima descripción de la cantera grande, “castillo medieval invertido, profundo y cubierto de de verdes aguas pesadas levemente irisadas por el Alisio”, “réplica contrapuesta al cono del Monte Arehuc”, de modo que si este puede identificarse con el universal masculino, la cantera es hembra, mujer, madre: “deidad femenina que ininterrumpidamente estuvo pariendo sillares a miles para fortaleza de los edificios de la actual ciudad”. La cantera como buena madre entrega su esencia pétrea para que se cobijen sus vástagos, de modo que el aruquense no deja de ser un hijo de la piedra madre azul de la cantera.
La letra con piedra entra
La vena poética de Ramírez vuelve a emerger y deslumbrar en su discurrir narrativo. Su descripción de la antigua cantera aruquense conserva reminiscencias o ecos (nunca mejor dicho) de la pintura que hace Benito Pérez Galdós de las minas de Socartes en Marianela. Aunque además, en la evocación del abandono actual de la mina, se percibe cierta nostalgia afín a la obra maestra de Rodrigo Caro “Canción a las ruinas de Itálica”. Lejos de la gravedad barroca, Ramírez recuerda la tierna y feliz infancia al modo machadiano (“Una tarde parda y fría, / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales.”) en las aulas de La Salle: “Una generación que es aún consciente de aquel monótono ritmo gregoriano que marcó sus primeros pasos y sueños. Aquel tintineo atiplado de fondo que llegaba hasta las aulas de La Salle. Para ellos fue otro el sentido del antiguo adagio: La letra con piedra (en vez de sangre) entra.” La metáfora del labrante que restaña con limo de piedra y azufre las piezas y sillares resquebrajados se aplica a la pedagogía de los viejos maestros que fortalecían la “arisca y quebradiza condición humana” de sus pupilos. Ciertamente, la sensibilidad poética construye un puente metafórico “de piedra” entre el hombre y su entorno, entre el paisaje y el paisanaje. En este sentido, se nos antoja que Ramírez sigue la senda del 98, el hito de Miguel de Unamuno cuando cantaba a la fuerteventurosa tierra y al majorero que se sustentaba de ella*; y, más cercano en el tiempo, la del pensamiento y la lírica de Pedro García Cabrera**, que ensalza simbólica y poéticamente la figura del herrero al modo que el aruquense lo hace con la del labrante.
Un símbolo inverosímil
Y hablando de piedra labrada, irremisiblemente levantamos la vista a la iglesia gótica de San Juan Bautista. En boca del viejo don Chano, la construcción de un templo gótico a principios del siglo XX en una isla del atlántico aparentemente resultaría inverosímil. No obstante, detrás de ese símbolo de la ciudad subyace toda una filosofía de vida que, como todas, revela algún aspecto de la condición humana. El abuelo de Marcelino, habla de la “magua”, tan característica del isleño (y con toda seguridad emparentada con la galaica morriña de una buena parte de nuestros antepasados), en este caso de la Edad Media; ahora bien, adaptada a los nuevos tiempos. El neogótico catalano-aruquense sería una superación de la añoranza de un pasado histórico no vivido y un salto artístico hacia el futuro: la ejemplar cauterización de la herida del aislamiento. Señal religiosa y artística de todo un pueblo que construye una iglesia con paciencia, tesón, amor y sacrificio (tan imponente que se gana popularmente el erróneo pero significativo nombre de catedral), la piedra azul de la basílica cautiva la mirada de Ramírez, tal como la piedra dorada de la Catedral y la Universidad de Salamanca cautivasen la mirada del viejo rector (otra vez nos topamos con don Miguel de Unamuno): “Oro en sillares de soto / de las riberas del Tormes”. Pero nuestro escritor, valiéndose del recuerdo del personaje de don Chano, nos relata sus excursiones de niño por todos los lugares de una iglesia que, tan lejana del Medievo, no guarda secretos de alquimistas o templarios, sino la sencillez y la solemnidad de la artesanía de la mano humana tendida hacia Dios. No obstante, el viejo Chano lamenta el abandono y el olvido de un emblemático edificio neoclásico inacabado que impulsó la Sociedad de Cultura y Progreso: el “Teatro Nuevo”, ya que en Arucas “siempre la religión tuvo más fuerza que el progreso entre las gentes del pueblo, aunque se pretendieran fusionar los dos conceptos”, y que paradójicamente el edificio fuese vendido a la propia iglesia. En todo caso, lo cierto es que, por fortuna, la Arucas del siglo XXI cuenta con una basílica que es uno de los monumentos más visitados de Canarias y con un lugar idóneo para la representación de las artes escénica recién remodelado con un nombre entrañable: “Nuevo Teatro Viejo de Arucas”.
NOTAS:
* Son significativos al respecto los textos “Los reinos de Fuerteventura”, “Este nuestro clima”, “Leche de Tabaiba”, “La aulaga majorera”, “La Atlántida” o “El gofio” (Paisajes del alma, Madrid, Alianza Editorial, 1997) o el poemario De Fuerteventura a París (1925).
** “El hombre en función del paisaje” (1930), es una reflexión aparecida en el periódico La Tarde, de Santa Cruz de Tenerife, durante los días 16,17, 19 y 21 de mayo de ese año, en donde García Cabrera teoriza y mantiene las posiciones estéticas cuya expresión editorial la representa la revista Cartones (1930), cofundada por nuestro autor. La fascinación del paisaje ejerce en García Cabrera una poderosa atracción, también el valor representativo de los pueblos y de algunos tipos humanos. El paisaje, isla o mar, atrapado en la intensidad de la mirada es la que él traslada al lector en las descripciones de El Paso y La Caldera, en La Palma, o La Orotava, en Tenerife. Algo similar ocurre con ciertos oficios, como en El herrero, artículo de 1931, en que reflexiona sobre la capacidad creativa de una sociedad nueva y el sentido progresista de la historia (Oswaldo Guerra Sánchez, “Introducción”, en Pedro García Cabrera, Antología, Islas Canarias, Gobierno de Canarias, 2012, p. 16).

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