A la sombra del dragón Arehuc ―tercera entrega―
Recorriendo el «Mapa búico» de Arucas de Fernando Ramírez
Reproducimos la tercera y última entrega que publicó Miguel Ángel Martínez Perera en la revista La Cantonera (números 19, 20 y 21, TEPEMARQUIA Ediciones, 2016~2018) sobre Mapa búico de Arucas, novela corta publicada en el libro póstumo Piedras ceniza.
Miguel Ángel Martínez, profesor y dramaturgo residente en Las Palmas de Gran Canaria, conoció a Fernando Ramírez cuando este era jurado del Premio de Poesía Pedro Marcelino Quintana y él ganador del mismo.
La última etapa del recorrido literario, geográfico y mítico que Fernando Ramírez nos propone en su Mapa búico comienza en la seña de identidad por antonomasia de Arucas: el templo de San Juan, una joya arquitectónica tan grandiosa y singular que le ha valido el sobrenombre de “catedral”. Precisamente el poeta recurre a este común equívoco motivado por la admiración él para presentarnos la iglesia como “La catedral hundida”, ahondando –valga la redundancia– en el verdadero y más extraordinaria valor de la obra de arte. Ramírez se refiere al trabajo de los cientos de “obreros anónimos” que, tomando la valiosa piedra azul entre sus manos como un solemne y milagroso regalo de la naturaleza terrestre, sublimaron “el arte de los canteros aruquenses” y lo dirigieron al elemento celeste en apuntada estética neogótica única en la arquitectura de las islas.
Como referente literario de la sustitución de lo concreto por lo abstracto; es decir, del templo por la cantera que lo hizo posible, el poeta recurre intertextualmente al Agustín Espinosa de Lancelot 28° 7°. Aunque, por otro lado, se nos viene a la mente el recuerdo las palabras con las que Unamuno describe el imponente paisaje que observa desde las cumbres de Artenara. En su visita a Gran Canaria de 1910, el viejo rector de Salamanca no puede menos que calificar todo aquel espectáculo como una “tormenta petrificada”:
El espectáculo es imponente. Todas aquellas negras murallas de la gran caldera, con sus crestas que parecen almenadas, con sus roques enhiestos, ofrecen el aspecto de una visión dantesca. No otra cosa pueden ser las calderas del Infierno. Es una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra, parece todo ello una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua.
Así, también la cantera de Arucas permanece petrificada en el tiempo, según las palabras filtradas por la nostalgia de Ramírez: “silenciosa que no muerta”. Nos la describe en como una bella personificación de la madre tierra:
La han jubilado y declarado fuera de servicio sin tener en cuenta su heroica entrega y que ha envejecido después de haber estado pariendo sillares durante más de tres siglos. La cantera-madre ya no entona su inconfundible salmodia, el argentino tintineo del cincel contra la piedra. Actualmente se ha quedado muda, exhausta, hundida en sus propias sombras, olvidada de todos, relegada a una mera reliquia del pasado.
El eco de Rivero
Resuenan en las palabras de Ramírez los ecos de un poeta emblemático (como la “catedral”) de Arucas, Domingo Rivero. Hijo también de la piedra (en el inconsciente colectivo del aruquense estaría, sin duda, el saberse habitante de la piedra, pues de piedra es el paisaje que le rodea y de la misma piedra el seno de la casa que le cobija), Rivero siente nostalgia y piedad del muelle viejo de Las Palmas, obsoleto, ineficiente y olvidado, aunque propulsor del despegue económico de la isla y, paradójicamente, de la construcción del nuevo monumento de hormigón armado: esa “Victoria sin alas” del Puerto de La Luz. Domingo Rivero, confiesa su desengaño del pragmatismo burgués industrial que estima la felicidad por el grado del desarrollo mercantil de las Islas: «el sólido cimiento, / seguro, inconmovible, del porvenir buscamos», bajo la construcción mastodóntica del Puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Un tono nostálgico y romántico se desprende de la rememoración de los viejos que observaban «velas blancas de las embarcaciones / como presagio humilde de la ciudad futura» que partían hacia remotos puertos extranjeros. Desaparecidos los unos, se muestran como triunfo del maquinismo los otros, esos arrogantes «vapores poderosos que exportan mercancías / y manchan de humo negro el horizonte azul».
Podría decirse que Ramírez prolonga ese lirismo de Rivero y que pone rostro a uno de sus viejos desencantados en el personaje de don Chano. No obstante, el poeta revierte esa nostalgia cambiando el punto de vista, la observación del fenómeno natural/artificioso de la cantera desde la vanguardista inversión de la catedral, como si esta fuese el negativo fotográfico del templo gótico que nació de sus entrañas: “vi la cantera madre como otra auténtica catedral construida al revés en el transcurso de varias centurias”. “La catedral invertida”, pues, se presenta como uno de los episodios más originales y bellos del Mapa búico, de tal modo que su escritura justifica sobradamente la lectura de la obra completa en la que está inscrito. La prosa descriptiva de la cavidad vaciada de piedra azul está “cincelada” por las manos del poeta de raza que es Fernando Ramírez. Metafóricamente los obreros de la cantera se convierten en medievales constructores de catedrales. Todos su ocupan el lugar destinado en la obra popular, en “un multitudinario cenobio donde cada claustral ejercía su misión específica”. Desde el rudo cabuquero al genial labrante, todos los actores de este milagroso artificio cobran vida en la palabra de Ramírez.
Como un pequeño relato dentro del relato general, Ramírez nos cuenta la visita de Pedro Luis, el viejo cantero y su sobrina, Pilar, joven profesora destinada en Arucas a la ermita de san Pedro. Como en numerosos personajes galdosianos, los nombres de tío y sobrina no son gratuitos. Ambos tienen en común su referencia patronímica a la piedra sobre la que se sostiene una comunidad y su religión. La continuidad generacional del amor por la geografía y la historia de Arucas hayan un divertido contraste, en el contrapunto de la visión pragmática y sencilla de Pedro y la mitológica de la muchacha que se le antoja ver en la cantera las lágrimas de Níobe, convertida en roca por los dioses paganos.
Buitres voraces
En la última etapa del viaje búico, Ramírez toma la palabra en primera persona bajo dos nombres propios. El primero es el de Marcelino. Después de varios años alejado por ocupaciones estudiantiles y profesionales, retorna al lugar al que en realidad nunca ha abandonado. Ahora vive con Iballa, su amor de juventud, y lo abordan los recuerdos, los sueños y las pesadillas. Entre estas últimas la más recurrente tiene que ver con los “buitres voraces de ceño torvo” (otra vez Unamuno) que sobrevuelan la muerte de su abuelo, don Chano Tacoronte. El segundo nombre es el del primo de este, Tenesor. Es él quien afronta el último capítulo de la historia y quien asume cariñosamente la responsabilidad de trasladar definitivamente al papel el mapa búico que pergeña su primo, aquejado de una enfermedad mortal. En este episodio, se desvelan las casualidades literarias y vitales que bautizan al mapa búico de Fernando Ramírez y que nosotros no vamos a desvelar aquí, por temor a restar un ápice de belleza a la entrañable conclusión de una obra que se convierte en sí misma en el primer monumento mítico literario de Arucas.
Si la extremada y exquisita sensibilidad y el brillante oficio del labrante lírico que es Fernando Ramírez se respiran por los cuatro costados de este Mapa búico, el valor literario de esta obra, pequeña en extensión pero monumentalmente sencilla en su pretensión, podemos cifrarlo en que en ella se encierra la esencia mítica de la ciudad de Arucas. En cierto modo y por la vocación de su escritura, debe leerse desde las mismas claves con que se entiende el Macondo de García Márquez con respecto a Colombia, la Comala de Rulfo con respecto a México, la Región de Benet con respecto a León, La fraga del Cecebre de Fernández Flórez con respecto a Galicia, o el Lancelot del muy admirado por nuestro poeta Agustín Espinosa con respecto a Lanzarote. Como testimonio de la geografía y la historia de Arucas y de la vida y obra de sus aruquenses se erige este sólido monumento de Fernando Ramírez, una piedra azul más en el legado cultural de la ciudad de Arucas Piedra preciosa, al fin, por haber sido bienhallada en la cantera de la memoria colectiva y, especialmente, por la sabia, poética y amorosa mano de su orfebre.

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