Nuevo poema inédito de Fernando Ramírez: Prejuicios (1966)
Prejuicios es un feliz hallazgo. Durante la preparación «Piedras ceniza», el libro póstumo de Fernando Ramírez, no seleccionamos todos los poemas inéditos que encontramos. Obviamente, había poemas muy tempranos que Fernando Ramírez conservaba sólo como recuerdo personal. Sin embargo, recientemente descubrimos estos versos de 1966 que bien podrían haberse incluido en la edición si el poema no se hubiese escabullido entre el desordenado archivo familiar. Afortunadamente, esta espacio en la web nos va a permitir sacarlo a la luz a la espera de que algún día pueda ser impreso en una nueva antología.
Prejuicios está muy ligado a la época en la que fue escrito, en pleno diálogo con un mundo al que le llegaban las noticias sobre los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos, sobre la reacción terrorífica de los sectores conservadores y racistas ante la protesta de la población negra de aquel país.
El hecho que Fernando Ramírez poetiza es el intento de asesinato de James Meredith el 7 de junio de 1966. Meredith fue el primer estudiante de ascendencia afroamericana en la Universidad de Misisipi, una victoria que se logró años antes, en 1962, tras grandes protestas y disturbios en los murieron dos personas y más de trecientas fueron heridas.
Paradójicamente, años después, Meredith dejó de ser un activista para afiliarse al Partido Republicano. Incluso, llegó a colaborar con líderes de la ultraderecha estadounidense como David Duke, ex miembro del Ku Klux Klan.
He aquí el poema de Fernando Ramírez Suárez, de plena actualidad en un mundo donde los negros estadounidenses aún salen a la calle para gritar «Black Lives Matter!»

Foto de Jack R. Thornell, que mereció el Premio Pulitzer en 1967, en la que vemos a James Meredith tras recibir el disparo durante la «Marcha contra el Miedo» que el mismo convocó.
Prejuicios
Va James Meredith, el peregrino
de rutas de prejuicios,
en busca de una estrella sin color
que sea pura luz, abrazo, hombre.
Frente al mundo el vestido de su piel,
su despreciada negra piel,
y su título de estudios superiores
gritando en desafío
que no tiene color la inteligencia.
Pendientes de su marcha
(no importa que las plantas de sus pies
sean de color blanco)
los ojos de mil negros que le empujan
por si encuentra la estrella.
Y James Meredith a veces canta.
Siempre cantan los negros
cuando ríen o lloran o les pisan
o buscan una estrella.
Tal vez dirá su voz en la salmodia
que la sangre, valor del corazón,
es siempre roja;
que el amor y la vida no son negro
ni blanco ni amarillo…
E insultan su canción y crucifican
otros hombres, racistas, su camino.
Pero él alza sus brazos a la estrella…
(No importa que las palmas de sus manos
sean de color blanco).
Inesperadamente,
(es un decir, pues todos lo esperaban)
aquel metal del odio
se clava en sus espaldas
arrancando su vista de la estrella.
Y el eco del disparo
rasgando meridianos
se hace luz, fugaz signo, indignación
sobre el pisado asfalto de prejuicios
hacia el abrazo, el hombre.
(Estado de Mississippi, 7-6-66)