Fernando, tras siete años de tu ausencia, seguimos navegando a través de tu legado
Este 19 de marzo de 2017 se han cumplido siete años desde que el poeta y periodista Fernando Ramírez Suárez nos dejara, a sus 77 años y con su libro Obra poética recién publicado. Queríamos aprovechar esta fecha para recordar algunos eventos recientes que han tenido que ver con su obra y que no pudimos recoger en este blog en su momento.
En estos últimos meses se ha cumplido medio siglo de la aparición de Poesía Canaria Última, antología de la que formó parte Fernando Ramírez y que marcó un hito en la literatura hecha en las islas. El aniversario coincide con los 50 años de la publicación de su segundo libro La piedra y el recuerdo.
De hecho, pudimos asistir a un acto homenaje que se celebró en la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, el pasado 1 de diciembre de 2016. Junto con algunos protagonistas de entonces recordamos y recitamos la obra de este grupo que destacó, desde la década de los sesenta, en la vida cultural de las islas. No hay duda que su escritura cuestionó y enriqueció el contexto de la poesía social dominante entonces y que supuso una importante influencia para las generaciones venideras.
Pese a ausencia de Fernando, nos queda su legado en su escritura, labor editorial y periodística. Nos queda también el recuerdo de todos aquellos que tuvimos el lujo de conocerlo en persona. Seguiremos publicando poco a poco el archivo de su trabajo en esta web y, en esta fecha señalada, no queremos despedirnos sin recordar uno de sus poemas.
La prensa publica esta mañana una entrevista
con una familia noruega, llegada al muelle
deportivo, en el yate en que viven.
Quemar las naves
Anclado entre las velas blancas
de las casas, la mole del volcán
dormido
no dejaba que mis ojos,
mis palomas, volaran
sobre el cielo del mar de mi niñez.
Sólo había un resquicio que rompía
mi condena, mi veto:
la cima hundida en cráter, la cantera.
Mis ojos soñadores, desde allí
volaron muchas tardes al océano.
Por eso decidí un día
quemar las velas
ancladas de mis casas, lanzándome
al agua, a navegar.
Me dieron una celda
como huerto cerrado y camarote;
como único cantar,
el manantial sellado del silencio;
chasquear de disciplinas en la espalda
después de las «completas», por las noches
al son del «miserere», como escudo
colgado en la muralla de mi torre.
¡Qué dura es la vigilia
en esta carabela!
¿Dónde el soñado mar de las bonanzas?
¿Dónde la paz?
Y de nuevo quemé mi navío
para buscar un nuevo mar.
Así, de barco en barco fui
del uno al otro puerto por la vida
buscando siempre tablas ideales,
quemando siempre falsas utopías.
Ahora, al fin, navego a ocho manos
en este mar pacífico, alumbrado
por ocres del ocaso que comienza.
Ahora echan brotes mis higueras
y esparce su fragancia mi viñedo.
Mi esposa es timonel del nuevo barco,
mis dos hijos banderas de esperanza;
nuestro amor, el mejor vino
para volar unidos como garzas
sobre nuestro océano.
De En busca de mi barco, (segundo premio Antonio de Viana), versión del libro Obra poética, pág. 57. TEPEMARQUIA Ediciones, 2009, Arucas.
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