“Me importa esta poesía tuya tan apretada a las cosas” – Carta abierta de Pedro Lezcano
Traemos otro recorte de prensa que queremos compartir con vosotros: esta crítica del escritor Pedro Lezcano al segundo libro que Fernando Ramírez Suárez publicó en Tagoro en 1966.
Carta abierta a Fernando Ramírez
QUERIDO amigo Fernando:
He leído despacio tu libro «La piedra y el recuerdo». Acerca de él quiero escribirte una carta amistosa, de ningún modo critica. Me siento aún joven para hacerme crítico de poesía, porque en este arduo menester, creo que nadie juzga sin errar el valor de una obra, hasta después de cumplir doscientos años largos. Mientras tal mayoría de edad te concede o te niega la gloria, divaguemos un poco en torno a tu regalo.
La petulancia, amigo Fernando, es un atributo biológico de la juventud. Narciso de una sola fuente, el joven no ha tenido tiempo aún de levantar los ojos del reflejo, y advertir que se halla rodeado de Narcisos como él; cuando lo advierta, romperá por inútil el espejo. Pero en el hombre maduro la jactancia es menos perdonable. El sabe cuanto se ha sobreestimado; tantas esperanzas juveniles les ha incumplido la vida, que si persiste en la jactancia, es que desea persuadir al prójimo de lo que ya no cree ni él mismo. La petulancia madura es una farsa; la juvenil, una ilusión sincera.
Y he pensado acerca de ti, cuán excepcional grado de lucidez es el del joven que alcanza prematuramente la humildad. Transciende de tu libro desde el título el sencillo deseo de escribir de lo que entiendes: la propia tierra de tu nacimiento. Que pocos decidimos escribir lo que entendemos. Cantar los hombres y las cosas de nuestro pueblo, hay quienes lo reputan provinciano, como si fuese posible glosar honradamente otra cosa que esa que mejor conocemos. Nadie llama provinciano al ensimismado poeta que no sale de sus pasioncillas privadas, cuando no existe más estrecha provincia que un corazón aislado. Épocas hubo no lejanas en que se dio en cantar exóticas galas y pedrerías orientales, realidades sin patria que llegaban a través de los libros. Entonces, por huir del localismo, se cayó en el cromo literario más banal. Admiro en ti todo lo contrario: tu vocación a pintar del natural, de dejar testimonio de las calles que cruzas. Esas bellas fotografías con que ilustras tu libro, disipan cualquier duda respecto a tu intención de decir la verdad, ciñéndote a las cosas.
Veo en tu libro tres aspectos definidos (y no aludo a las secciones con diferentes títulos): un tono en que la épica domina, otro tono más lírico, y un tercero de intención armonizadora, que es donde lo poético pierde pureza, derivando a cierta erudición lugareña de pie forzado. Pero allí donde el poema exalta valores generales -tanto en directo canto vocativo, como a través de esas simples evocaciones del primer amigo o del errante pregonerillo de la soledad- entonces logras construir una poesía importante, una poesía de testimonio directo, en la que coges por los cuernos la cabra de nuestra desatendida tierra y sus pequeñas grandes cosas. Refieres a tu ciudad natal lo que todo el mundo puede referir a la suya: y eso es hacer poesía universal.
Me importa esta poesía tuya tan apretada a las cosas. Reconozco a esos niños de tu calle, con los libros sobre el corazón; a esos ricos en hijos y en trabajos; al sagrado campesino, gusaneando la vega; a las sencillas piedras que besándose crearon el gofio. No olvido a los aventureros de bienestar que te escriben desde otro continente. Ni a los hijos de los campesinos que emigran hacia nuevos trigos (alusión ésta a uno de los poemas más sobriamente bellos de tu libro).
¿Defectos? Los defectos de tu libro se olvidan fácilmente. Podría indicarte algún ripio que otro en los sonetos. Pero acaso a fuerza de escribir versos hayas olvidado lo que significa «ripio» en lenguaje rupestre. Ripios son los fragmentos de piedra con los que el mampostero tapa los huecos entre los sillares. No hay catedral sin ripio. Y los cantos del poema tampoco ajustan bien de vez en cuando. Pero todo esto son piedras menores. Tu libro es serio, raramente serio, y va hacia adelante. Porque existen poetas colocados en dirección tan falsa que su definitiva perfección seria lamentable.
PEDRO LEZCANO
Diario de Las Palmas
Jueves, 24 marzo, 1966
Publicado originalmente en Goteo.org
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